De según como se mire, todo depende…
¿Te pasó que pensas que determinada situación debería de ser diferente? ¿Querés cambiar cómo reaccionan otras personas? ¿Quisieras obtener ciertas cosas o resultados de una sola vez?
¿Qué cosas puedes cambiar de esa situación y que no?
Ante esto, tenés dos opciones:
- Quedarte en tu lugar y martirizarte pensando sobre lo que es o lo que pudo ser y no fue.
- Ver desde otra perspectiva, de posibilidad, la realidad que estás viviendo, actuar y avanzar.
Definitivamente la lluvia, por ejemplo, no la podés cambiar. Por mucho que te quejes o que pidas no podés cambiar un día lluvioso o una tormenta, no podés decidir si sale el sol o no, pero te aseguro que hay muchas cosas que sí están en tu control, tu forma de ver la situación es una de las primeras, viéndola como positiva o desafiante y así experimentarla.
Cuántas veces decimos “las cosas son así” “las cosas son como son” “yo soy así, no puedo cambiar”.
No sabemos cómo son las cosas, solo sabemos cómo las vemos o cómo las interpretamos.
Para cambiar la realidad primero debemos cambiar nuestra interpretación.
- ¿Qué tipo de observador estamos siendo?
- ¿Es una mirada de abundancia o de escasez?
Los pensamientos de abundancia generan creencias de posibilidad. En cambio, una mirada de escasez refleja lo que no puedo, lo que no merezco, lo que me falta.
¿Qué anteojos vas a usar de acá en adelante para observar tu vida y accionar en consecuencia?
Durante la vida no suceden buenos o malos acontecimientos, sino que vivimos las consecuencias de cómo los interpretemos.
Mala suerte, buena suerte, quién sabe
Un granjero vivía en una pequeña y pobre aldea. Sus vecinos le consideraban afortunado porque tenía un caballo con el que podía arar su campo. Un día el caballo se escapó a las montañas. Al enterarse los vecinos acudieron a consolar al granjero por su pérdida. “Qué mala suerte”, le decían. El granjero les respondía: “mala suerte, buena suerte, quién sabe”.
Unos días más tarde el caballo regresó trayendo consigo varios caballos salvajes. Los vecinos fueron a casa del granjero, esta vez a felicitarle por su buena suerte. “Buena suerte, mala suerte, quién sabe”, contestó el granjero.
El hijo del granjero intentó domar a uno de los caballos salvajes, pero se cayó y se rompió una pierna. Otra vez, los vecinos se lamentaban de la mala suerte del granjero y otra vez el anciano granjero les contestó: “Buena suerte, mala suerte, quién sabe”.
Días más tarde aparecieron en el pueblo los oficiales de reclutamiento para llevarse a los jóvenes al ejército. El hijo del granjero fue rechazado por tener la pierna rota. Los aldeanos, ¡cómo no!, comentaban la buena suerte del granjero y cómo no, el granjero les dijo: “Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?”.
“El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos caminos sino en tener nuevos ojos”.
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Fuente: Estefanía Talaván
- Coach Ontológico Profesional | Asociado Nº: 4478
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