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Vectores que colaboran con la expansión del vino argentino

Tomando prestado el término de la física, y definido el mismo como la fuerza que mantiene en movimiento un objeto, veamos cuáles son los vectores que están colaborando con la expansión del vino argentino.

Mucho se ha hablado en los últimos meses del crecimiento del consumo interno de vino argentino, situación que revirtió una racha de baja continua que ya había perforado los 20lts anuales per cápita y parecía no detener su descenso.

La pandemia y la eterna cuarentena hicieron lo suyo favoreciendo ocasiones de consumo que habían caído en desuso: la copa de vino al mediodía a la par del almuerzo o al atardecer para relajar y como aperitivo. Incluso estirar la sobremesa en la cena, todas circunstancias que, en muchos casos, fueron acompañadas por nuestra bebida nacional.

El contexto internacional acompañó y, tipos de cambio mediante, el «bulk» o granel se erigió como aliado en la liquidación de algunos stocks, pero también para abastecer mercados que, por diversas razones, asociadas al Covid-19 y no tanto, favorecieron que Argentina fuese prácticamente el único país que creció en exportaciones durante el año pasado, explica Diego Migliaro 

Entre lo anterior y esto último, más algún latigazo externo, la crisis del vidrio y las botellas no tardó en explotar, sumado a un incendio que vino a quemar los pocos papeles que quedaban.

Parte de la coyuntura que nuestro país nos tiene acostumbrados a sobrellevar.

Y en un ballet fortuito, llegan al rescate de esos vinos que esperan ser embotellados, nuevos envases o formas de comercializar el vino: lata (con nuevos actores, vinos y burbujas como parte de la oferta), tirado (incluyendo la posibilidad de recargar tu «garrafa» en algún punto de #vinovecino), bag-in-box (y va otro intento en favorecer el consumo en cajita con canilla, pero con cada vez mejores propuestas), damajuana (renovada durante pandemia).

Y a esta tendencia del afuera, se suman otras, más orientadas al producto en sí: Pet Nat (esas burbujas ancestrales que agregan opción a los champenoise y los charmat, como alternativa al momento del brindis), vinos naranjos (blancos elaborados con pieles, alcanzando tonalidades que le dan nombre al estilo, pero sumando complejidad en copa y en boca), bajo alcohol (dentro de lo permitido por la norma, comienzan a aparecer algunas etiquetas por debajo del 11 % de vol. alc., una ligera y refrescante tendencia que en el mundo parece ser vedette).

Ni hablar de variedades en juego. Ya nadie duda de nuestro malbec como estrella indiscutida, dentro y fuera de nuestro mercado. Pero los cabernet (sauvignon y franc) comienzan a tener más adeptos, el merlot no se rinde, mucho menos el pinot, el syrah y otras menos conocidas, como la ancelotta. Las criollas incluso siguen ofreciendo nuevas etiquetas. Y eso sólo en tintos. En blancos, el torrontés ha ganado elegancia, el sauvignon blanc ya no «maracuyea» (Elisabeth Checa dixit) como antes, el chardonnay pasó de ser gordito a mostrar acidez filosa. Si hasta la viognier se animó a salir más. Volvieron el semillón y la chenin, y gracias a nuevos viñedos en otras latitudes, crecieron la riesling y la gewürztraminer. Pinot gris y blanco, marsanne y roussanne, moscateles y más, explica Diego Migliaro 

gracias a otras latitudes, pero también longitudes y altitudes. De Jujuy (de un crecimiento exponencial) hasta Sarmiento (donde Otronia suma espumosos y su primer Merlot), de Uspallata hasta Chapadmalal. Montañas, valles, sierras, playas (sí, también estamos plantando en la playa, más precisamente, en Bahía Bustamante, Chubut), los escenarios para el vino argentino se multiplican. Y lo que es mejor, en todos, se está produciendo. Y cada nuevo rincón sorprende por calidad, augurando un futuro aún mejor.

Nuevo lugares que permiten que entren nuevos jugadores al tablero del vino argentino. Pero también el juego se abre en otras zonas, incluso históricas. Por mencionar sólo un par de ejemplos mendocinos, en Las Compuertas, aparecen nuevos proyectos que rescatan la historia del lugar. El Valle de Uco no parece tener límite tampoco. Ni hablar del Este mendocino, donde viejos productores y nuevos viñateros se unen para volver a poner de pie esa pujante zona casi olvidada en algún momento.

Toda esta maquinaria vitícola puesta al servicio de nuevos consumidores, prosumidores más y mejores informados, inquietos buscadores de novedades y perlitas vínicas, favoreciendo el crecimiento de una industria que se levanta una y otra vez frente a tropezones y caídas de diversa índole, pero con un poco de esfuerzo y ayuda de organizaciones y gobiernos, podría caminar erguida y mostrarse en todo su esplendor.

Esplendor que la investigación y desarrollo de nuevas tecnologías, así como el conocimiento aplicado en diferentes partes del proceso (desde el estudio de suelos y su conjunción con determinadas variedades, hasta la tecnificación de bodegas y viñedos), mejoran con cada ciclo la calidad de los vinos. La misma que es destacada por crítica local, internacional y los propios mercados, reflejándose en puntajes y medallas, pero sobre todo, en el reconocimiento del propio consumidor.

Sin ser taxativo, ni querer extenderme demasiado, hasta aquí el repaso de una serie de factores que, en los últimos años, han empujado a la industria del vino hacia arriba y adelante.

Algunos de estos factores podrán traer consigo sus propias polémicas, otros serán más obvios en cuanto a incidencia directa y quizás haya quien niegue el impacto que pueden tener estos aspectos en el crecimiento del vino argentino. Pero lo que no podemos negar es que el vino argentino está pasando un muy buen momento.

FUENTE: Diego Migliaro 

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